dimarts, 12 de juliol del 2011

Parte 2 / Conciencia 10


Lo primero que escuchó fueron los dos ladridos. Aquello la extrañó y la puso en alerta. Desde que había despertado y había iniciado su excursión por la ciudad no había visto ningún otro ser vivo que a aquellos cinco idiotas.

Permaneció sin moverse sobre el vehículo de lujo, con el arma dispuesta sobre el hombro y oteando en dirección a la ancha avenida que se perdía en la distancia, desde donde le habían llegado los sonidos emitidos por el perro. Desde allí, cubierta por la sombra del edificio, ella vería a cualquiera que caminara por la calle en su dirección mucho antes de ser descubierta.

Lo segundo que escuchó, minutos después, fueron unos pasos rápidos y, a continuación, dos siluetas aparecieron en la lejanía rodeando un viobús turístico abandonado. Una era la de un hombre y, la otra, la de la bestia que creía que había ladrado minutos antes, corriendo ambos a buen ritmo en su dirección, uno sobre dos patas y el otro sobre cuatro. El animal meneaba la cola y saltaba de vez en cuando. La mujer sin recuerdos alzó una ceja ante la escena, sorprendida; parecía que el escenario de muerte y destrucción que se extendía por todas partes no fuera con ellos.

Los observó acercarse mientras decidía si podían suponer un peligro y, poco después, cuando ya los separaban unos cien metros de donde estaba, vio que el hombre llevaba un fusil a la espalda. Por su aspecto no parecía un tipo peligroso, más bien todo lo contrario: pinta de adolescente, extremadamente delgado y paliducho. Parecía un enfermo terminal, aunque las zancadas que daba en su dirección indicaban todo lo contrario. ¿Qué hago?, se preguntó, aún indecisa. ¿Les dejo seguir su camino? No es que haya encontrado a mucha gente dispuesta a contarme qué cojones está pasando desde que he despertado y, continuar sola, aunque es una opción, sería disparatado en mi estado. ¡Si ni siquiera sé donde demonios estoy!

Ya estaban a cincuenta metros y no parecían haberla visto aún. La mujer sin recuerdos esperó un poco más, tranquila, respirando profundamente y observando al joven a través de la mirilla de su arma. Esperó a que llegaran a unos veinte metros y entonces se levantó sobre el capó del Simbird sin dejar de apuntarle y les dio el alto. Había tomado ya una decisión. Sólo esperaba no tener que arrepentirse más tarde.

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