dilluns, 3 de gener del 2011

Parte 2 - Conciencia / 1



Estaba en la cama de su habitación, desnudo y rodeado por tres mujeres espectaculares: una rubia explosiva, cada milímetro de su cuerpo esculpido hasta la perfección; una euroasiática completamente rasurada, incluído su cráneo cubierto por tatuajes multicolores; y una negra de pronunciadas curvas, que lo miraba fijamente con sus ojos de pupilas reflectantes. Todas ellas estaban desnudas y lo miraban con lascivia mientras se contoneaban a su alrededor sin ningún pudor.

Jesse Avalon no sabía cómo había vuelto a casa, ni quiénes eran ellas, pero dejó de importarle en cuanto la belleza de piel de ébano se acercó a él, ronroneando, y le empezó a acariciar el miembro con suavidad, el cual empezó a crecer y endurecerse con rapidez. Al mismo tiempo, la rubia se situó a su lado y empezó a besarle el cuello, ayudando a su compañera a encender sus más bajas pasiones. Había estado con muchas mujeres a lo largo de su vida, pero no recordaba haber estado tan excitado jamás; se sentía a punto de estallar. No ayudó que luego la euroasiática, que se había aproximado dedicándole una sonrisa pícara, se inclinara sobre él y que con la boca buscara su miembro erecto. Jesse cerró entonces los ojos, disfrutando del placer abrumador que parecía inundar su cuerpo, deseando que durara eternamente, gozando de la ardiente humedad de los labios y las lenguas de ellas, que ahora le lamían y le cubrían de besos. Pero de repente, cuando estaba ya llegando al clímax, un golpe de viento helado, surgido de la nada, le hizo estremecerse, y dos de las mujeres se apartaron de él rápidamente. Sólo una de ellas permaneció a su lado, lamiéndole el cuello y el rostro apasionadamente, ajena al frío glacial que parecía haberse apoderado del lugar. Pero no fue suficiente. Jesse maldijo al sentir como su erección de desvanecía y abrió los ojos.

Ya no estaba en su habitación, y tampoco había ninguna mujer con él. En su lugar había un perro que, en cuanto le vió moverse, se apartó asustado lanzando un gañido al aire. Aún confundido y ligeramente molesto, empezando a tomar conciencia de que todo había sido un sueño, Jesse observó a su alrededor: estaba en el vestíbulo de un edificio, rodeado de cadáveres. A través de la pared acristalada se filtraba la luz de un nuevo día y al otro lado podía ver más cuerpos sin vida tirados sobre la calzada, además de las consecuencias de una noche de caos, muerte y destrucción. Se levantó, aún perplejo, y sintió un dolor incisivo en la parte frontal de la cabeza. Se llevó los dedos a la frente y notó la hinchazón y la costra que ya se estaba formando. Luego, temblando a causa del frío, observó al perro, que le miraba a su vez temeroso, tratando de ocultarse tras una gruesa columna de mármol negro; era muy raro encontrar a uno en la ciudad. Desde que se prohibió la tenencia de animales domésticos a nivel global en el 2055, como consecuencia del retrovirus animal que acabó con la vida de casi mil millones de humanos, sólo se veían en las Granjas Exteriores, en las Zonas Protegidas o en las Reservas de Investigación. Muy mal tenían que estar las cosas para que un perro se paseara por la ciudad sin que nadie reparara en él. Aunque claro, se dijo recordando todo lo acontecido la noche anterior, al tiempo que paseaba la mirada a su alrededor, desde que se produjo el apagón peor no podían estar.

No hacía tanto frío como durante la noche, pero aún así dio algunos saltitos mientras se frotaba las piernas y los brazos. Luego observó los cuerpos que había esparcidos por el suelo, y una idea fue perfilándose en su mente: necesitaba ropa, y toda aquella gente no la iba a echar en falta. Rápidamente, aunque con cierta repulsión, rebuscó entre los cadáveres hasta que encontró las prendas que necesitaba: unos pantalones, un par de calcetines, una camiseta isotérmica y, para rematar la jugada, una chaqueta retro, de cuero negro, de la diseñadora Lean Salbiant, que sería la envidia de sus compañeros de grupo, si es que los volvía a ver. Se vistió con cierta sensación de asco al principio, pero en cuanto comenzó a entrar en calor decidió relegarla al olvido y dar las gracias por su buena suerte. Luego, dispuesto a abandonar aquél lugar lo antes posible, se dirigió a la salida del edificio pero, una vez allí, se detuvo en seco; lo último que recordaba era la oscuridad de la esquina y él cayendo y golpeándose la cabeza al tropezar con algo. Y eso había sucedido en la calle, no dentro del edificio. ¿Cómo había llegado al vestíbulo? Alguien debió arrastrarlo hasta el interior, se dijo, salvándole así la vida al apartarlo de las calles, donde con casi toda probabilidad hubiera muerto congelado. Se volvió para escudriñar el interior del vestíbulo pero, aparte del perro, que ya había abandonado su escondrijo, nada más se movía. Fuera quién fuera su salvador, ya no estaba allí.

Tras unos últimos segundos contemplando las sombras del vestíbulo, se encogió de hombros y salió al exterior del edificio. El sol estaba en lo más alto, calentando el ambiente a la vez que aceleraba el proceso de descomposición de los cadáveres que cubrían el asfalto. El olor a muerte se había intensificado allí fuera y obligó a Jesse a acelerar la marcha sin volver la vista atrás. Mientras caminaba se extrañó de la paz que en ese momento reinaba en la ciudad. Parecía como si él fuera el único ser humano en kilómetros a la redonda.

Tras unos pasos se detuvo junto al cadáver de un NeoPOL y recogió del suelo su arma de asalto. No sabía utilizarla, pero con un arma en las manos se sintió mejor, más seguro. No había que fiarse de las apariencias.

1 comentari:

  1. Oye, pues está la mar de interesante esta primera puesta en escena, ya cuentas con un lector asegurado... o sea, yo.

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